Paola Andrea López

Comunicadora social y Gestora de memoria

Oficina de Comunicaciones

Programa Jóvenes teatro y comunidad – Teatro Esquina Latina

Sembrando experiencias, cosechamos recuerdos…

“El día que llegó: sábado, dos de la tarde en Cali, fue uno de esos días en los que uno va de afán tan sólo para encontrarse con la espera”. (CNMH, relato de Paola Andrea López, taller de memoria, Cali, Valle del Cauca, 2020).

Hay compromisos que uno termina asumiendo con tanto gusto que de repente dejan de serlo. Desde el día en el que recibí la caja viajera, la caja de memoria, yo ya sabía que me causaría estragos. Fue graciosa toda su presentación, y celebro eso, porque en mi infantil curiosidad encontré dicha en la llegada de este misterio lleno de incertidumbre y plagado de certezas. Yo suponía muchas cosas que resultaron siendo tal cual, y que no me generaban tanto gusto, sin embargo, la curiosidad siempre mata al gato y me dejé tentar.

El ser humano es rebelde, luchamos contra todo. Yo, especialmente, vi la situación aún más atemorizante que retadora. Tengo varios recuerdos en mi cabeza que me esfuerzo todos los días por anular y sabía que, en este caso, sería imposible activar sólo un pedacito de la memoria. Cuando se hace el esfuerzo por recordar, uno se vence primero frente a sus monstruos.

Los míos y yo aún no hemos hecho una tregua, pero estos ejercicios han sentado la mesa de diálogo de paz para la reconciliación con aspectos de mi pasado. Es justo y necesario. Uno depende de sus recuerdos para vivir, así que dejar un mapa de luces con sombras adrede, solo enturbia el camino diario. Así lo he sentido y esta cajita me lo reafirmó.

En función de organizar las ideas, empezaré por señalar las profundas virtudes de lo que esta caja de cartón con intención suscitó en mí. Primero, debo reconocer que hacer memoria ha sido escuchar con los ojos abiertos y en silencio, las vibraciones del alma; y con todo lo raro que se lee, así fue.

Es por eso que rescato la importancia de hacerme descubrir tantas cosas en el acto de consciencia sobre mi memoria individual, que no es más que el eco de lo que fuimos, basados en el anhelo de lo que queremos ser, y que nos proporciona las herramientas para construirnos todos los días. Entendí así que somos un proyecto en desarrollo, una casa en edificación, y que los ladrillos de nuestra vida los pegamos con recuerdos.

Sin embargo, debemos saber que todo lo que nos pasa, por singular que parezca, alguien más ya lo ha vivido, porque la vida se repite siete mil millones de veces cada tanto y siempre tendremos el gusto de coincidir con cualquiera, aunque sea una anécdota similar. Entre grupos es igual, somos seres sociales, por lo cual, en nuestras pequeñas comunidades, compartimos entre sí más de lo que quisiéramos reconocer a veces.

Al darme cuenta de esto, sentí que era necesario actuar de forma tan humana como lo somos, y precisamente por eso mismo, hacerle frente a la necesidad absoluta de poner nuestra vida en diálogo con el otro. Somos en función de nuestros semejantes e incluso nuestros recuerdos cambian de sentido (o lo adquieren) al relacionarlos con la memoria de la comunidad a la que pertenecemos.

Hablamos de nuestra vida con los demás y cada tanto recordamos juntos grandes eventos públicos o sucesos históricos que han ocurrido en nuestro territorio. Ese concierto memorable de mi artista favorito al que yo asistí y tú viste por televisión, pasa de ser un simple evento vivido de manera diferente, a un motivo de unión entre extraños.

Por eso, en procesos de memoria que he vivenciado junto al programa Jóvenes, teatro y comunidad, como los mapas parlantes, el radioteatro y al teatro en casa, he observado que han calado en la gente y también en mí misma de una manera poderosa: los mapas parlantes han servido para darles brazos y piernas a sucesos que considerábamos aislados y entendimos que todas las cosas tienen un porqué, que todo se gesta y nada sucede de repente, ni siquiera las tragedias. El radioteatro te permite imaginar en la vida de los otros tu propia versión de sus sentimientos. El teatro en casa lo entendí como una forma de asumir que la vida cambia todos los días y nosotros con ella.

La gran capacidad de crear mecanismos de adaptación es esencialmente lo que ha favorecido que nuestra especie se imponga frente a las demás y hemos tenido a lo largo de nuestra historia una y mil veces para probarlo. Esta coyuntura no ha sido diferente y el teatro en casa es tan sólo una pequeña muestra de que incluso el arte más presencial y comunitario puede encerrarse en una pantalla para sobrevivir ante la adversidad.

Tras entender la importancia de la memoria individual y del diálogo en colectivo, es mucho más evidente comprender la riqueza de la labor de los gestores de memoria. Y sí, claramente nos podemos identificar entre ellos pues casi sin saber-sabiendo, construimos los puentes entre el pasado de la comunidad y los individuos del futuro. Generar un diálogo con los recuerdos siempre va a ser más fácil, si se encuentra mediado por un agente externo al círculo inmediato de la comunidad y siempre va a ser más agradable si esta medicación se da a través del arte.

Sé que esta cajita nos ha traído mil y una enseñanzas a todos nosotros y aunque hemos sabido disfrutarla de una manera personal e íntima, tenemos la convicción absoluta de que el crecer como individuo se refleja en la sociedad. Finalizo agradecida de la experiencia, que como titulé este texto, me va a dejar un recuerdo que traeré con gusto más de una vez a mi presente, cualquiera que ese día sea. Antes de cerrar, quiero homenajear la labor de mis compañeros, de la mano de una de las metáforas más sentidas que me ha dejado esta cajita blanca de cartón mágico.

Los animadores, gracias al programa JTC, todo el tiempo están creando pequeñas maneras para navegar entre memorias, rescatarlas del fondo y salvar del naufragio los recuerdos de las comunidades con las que trabajan. Y esto, por pequeño que parezca, permite día a día, que este inmenso mar que a todos nos cubre, se serene.

“Recorrido por lugares de memoria de la comuna 14 de Cali”. Fotografía: Teatro Esquina Latina para el CNMH, 2020.

Yo soy casi una espectadora, que en mi cómoda barquita vislumbro con distancia cómo mis compañeros animadores, como capitanes de navíos, controlan estas aguas turbulentas. Yo veo sus logros, interpreto los cursos de sus destinos y casi imagino que a lo lejos van alcanzando un tesoro. Entonces, me he sabido privilegiada de aceptar que soy un marino de esta embarcación, parte de la tripulación que ayuda en el avance de los designios que nos marca nuestra brújula de paz.

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